El valor y su redistribución es un peligro para el sistema bancario ya establecido, de modo que el florecimiento de la adopción de las criptomonedas ha encontrado en la banca institucionalizada un gran enemigo.
La región suramericana es una buena muestra de este conflicto. Países como Chile, Colombia, Brasil o Venezuela han sido escenario de hostilidades de la banca contra el incipiente mercado de criptoactivos. Casas de cambio como Buda.com, Orionx, CryptoMkt, han visto cómo sus cuentas bancarias, para ejecutar intercambios de criptomonedas a monedas fiat, han sido cerradas bajo el argumento de que las actividades de intercambio de este tipo de instrumentos financieros y tecnológicos no está regulado y que podrían estar siendo utilizados para lavar dinero.
Hasta tanto no exista una adopción masiva de criptoactivos por parte de usuarios y comerciantes y una regulación que contemple los criptoactivos como medio de pago de curso legal, las casas de cambio y los propios bitcoiners se verán obligados a interactuar con instituciones bancarias.
Sin embargo, la reacción hostil y autoritaria del sector bancario sugiere que ven en este nueva distribución del valor un peligro para el monopolio de su negocio.
El conflicto de poder y la excusa criminal
La desazón, la rabia, el miedo, todas las reacciones parecen mostrar que el problema de fondo no es lavar dinero. Como hemos visto, los bancos y las monedas fiat son un vehículo ideal para la regularización de capitales si se cuenta con la infraestructura financiera necesaria y un grupo técnico de abogados y especialistas financieros. El problema es el monopolio del poder, el control social y político que garantiza protagonizar y centralizar el sistema financiero y la posibilidad de que el éxito de Bitcoin y los criptoactivos acabe con esto.
Que los criptoactivos son instrumentos del delito es un prejuicio sumamente difundido. El dinero de la darknet, el financiamiento del terrorismo, del asesinato, la compra de drogas, la pornografía infantil, todos y cada uno de estos flagelos han sido adosados como connaturales a Bitcoin y a otros criptoactivos. Anonimidad, irrastreabilidad, y privacidad han sido causas de una acusación sucesiva.
Este prejuicio ha llevado a ignorar que, en muchos casos, es posible establecer el recorrido de los fondos depositados en criptomonedas, de manera que quien utilice criptomonedas para un fin ilícito, bien puede terminar siendo rastreado, procesado y encarcelado. Usuarios no especializados en ciberseguridad, —que generalmente están tras operaciones de lavado de dinero— han sido rastreados. Por otro lado, un especialista, un hacker de alto nivel, a pesar de que podría utilizar criptoactivos, bien podría aprovechar el entramado bancario para los mismos fines delictivos.
El instrumento en sí mismo, llámese dólar o Bitcoin es independiente del uso que se le dé.
Por si fuera poco, la banca ha tratado de sacar provecho de Bitcoin experimentando de manera profusa con la Tecnología de Contabilidad Distribuida (DLT), eso sí, siempre deslindada de los criptoactivos. El elogio a la tecnología que sustenta y da sentido a los criptoactivos es desprecio y ataque frente a su irrupción como alternativa al sistema bancario o como solución financiera para la población no bancarizada bajo el nombre de Bitcoin.
La posibilidad de que cada cual pueda convertirse en su propio banco es real. Queda un camino de formación y educación largo, pero el peligro latente es percibido por la banca, de allí que sus voceros constantemente desacrediten los criptoactivos por su ductilidad para los delitos. Sin embargo, cuando es la propia banca, sus propias reglas e incluso sus propios actores los que posibilitan el crimen, el delito se individualiza y la responsabilidad recae solo en determinados sujetos y en menor medida en las instituciones. El doble rasero y la medianía moral están a la orden del día.
Imagen destacada de Nomad_Soul / stock.adobe.com
Autor original: Javier Bastardo